sábado, 23 de mayo de 2009

El frío arrecia II

Son la 5:10 de la madrugada, trabajando, me doy un respiro para leer nuevamente tu carta, al fin vislumbro entre las tinieblas a la mujer que conocí, quizá por le hecho de leer o releer lo que te escribo, encontrándole un aire positivo y esperanzador. Hace frío, mucho frío un hilo de agua se congela en la punta de mi nariz, la escuálida estufa apenas calienta, el misha hecho un ovillo me acompaña, es una ternura verlo, te enviare fotos de el, en verdad he leído mucho, además de ver cine, e ir al normandie a ver a los maestros. Es mas el sábado recién pasado, me acorde tantísimo de ti, porque me regalaron una invitación para el ensayo general de la opera Lucia Lammemoor, fue maravilloso (eso si, arriba detrás de la columna, pero igual fantástico). Como bien dices, lo de Turquía es algo, algo que existe y que no sea el destino final, por eso está en la categoría de sueño, ayuda a imponerse metas. Tu sabes perfectamente que yo no poseo esas perspectivas gigantes de mi mismo, nunca me he creído el cuento, para mi mas importante es la vida que el trabajo, así que por eso no te preocupes, mis perspectivas no son triunfar por esa área, aquí ni allá ni en ninguna parte, carezco de esa inexorable ambición. Debo ser sincero: al recibir tu anterior carta, sentí un dejo de decepción al leerla, pues partía de una base completamente unilateral (la tuya) de lo que te escribía, y que no te dabas el tiempo de entenderla, y como pretendías entenderme a mi (fue mi pregunta). Pero al descubrir lo de estas líneas, sonreí con el beneplácito del entendimiento.Aun recuerdo tu ultima gran carta, tu me decías que no había significado en mis manos y solo odio en mis ojos. Tus creencias siempre nos arrojaron a una encrucijada y, en semejante condición, no siempre logre optar por lo más conveniente. De hecho, a causa de muchos motivos que sería tedioso enumerar, mostramos una marcada inclinación a escoger la vía más difícil. Pero en el girar del mundo, tarde o temprano todo se vuelve paradoja. Las cosas se arreglan por sí mismas, a poco que las dejemos fluir y aceptando con mansedumbre nuestra pequeña parte de responsabilidad en la creación de los problemas cuando surgen. Aún nos cuesta reconocer que, a veces, el don de ser racionales no facilita necesariamente la existencia. Casi siempre es el corazón, y no la mente, como se pudiera pensar, el que guarda consigo la llave maestra. Tardamos demasiado en darnos cuenta de los errores que vamos cometiendo, pero aún más en ver la lógica aplastante que los avala. Acabamos atiborrándonos de odios y de rencores, o del otro o la otra en este caso tu o yo, que se nos cruzan al paso, pidiéndoles que nos den algo de lo que ellos mismos carecen. La cuestión no es con qué tratamos de completarnos sino por qué lo hacemos. Cuanto más empeño ponemos en ocupar la vacante, mayor se vuelve la brecha, más escépticos nos volvemos, más defraudados nos sentimos respecto a ese compañero o esposo que se supone deberían iluminarlo todo, embajadores de Dios en nuestras vidas aparentemente incompletas e insustanciales. Cuando la angustia llega al límite de lo que es posible soportar, igual que los torturados desconectan sus sentidos cuando el dolor ya ha invadido cada molécula de sus cuerpos, sobreviene un silencio, una luz, un alivio, un milagro o se detiene el corazón, que al cabo de un segundo vuelve a latir para que el ciclo se reinicie. La vida es así de cruel, de poética, de selectiva, de maravillosa, de inmunda, de terrible, de perfecta. Y comparándonos con lo que ella es globalmente, no somos, al margen de la totalidad, más que diminutos granitos de arena en la playa del universo.Entonces las condiciones están dadas para empezar a caminar

No hay comentarios:

Publicar un comentario